Ser una sombra significa tener un toque y un paso tan ligeros que una se pueda mover libremente por el bosque, observando sin ser observada. Una loba es una sombra de cualquier cosa o persona que atraviesa su territorio. Es su manera de recoger información. Es el equivalente de manifestarse, convertirse en algo tan tenue como el humo y volver a manifestarse.
Las lobas pueden moverse con mucho sigilo. El ruido que hacen se podría comparar con el de los ángeles tímidos. Primero retroceden y siguen como una sombra a la criatura que ha despertado su curiosidad. Después aparecen de repente por delante de la criatura y asoman medio rostro, atisbando con un dorado ojo desde detrás de un árbol. Bruscamente, la loba da media vuelta y, en un borroso revoltijo en el que a duras penas se pueden distinguir su blanco collarín y su peluda cola, se desvanece para retroceder y situarse una vez más a la espalda del forastero. Eso es ser una sombra.
La Mujer Salvaje lleva años siguiendo como una sombra a las mujeres de la tierra. De pronto, la vislumbramos fugazmente. De repente, vuelve a ser invisible. Sin embargo, aparece tantas veces en nuestra vida y con formas tan distintas que nosotras nos sentimos rodeadas por sus imágenes y sus anhelos. Viene a nosotras en los sueños y en los cuentos -especialmente en los acontecimientos de nuestra vida personal-, pues quiere ver quiénes somos y comprobar si estamos preparadas para reunirnos con ella. Si echamos un vistazo a las sombras que proyectamos, vemos que no son sombras humanas de dos piernas sino unas deliciosas sombras de un ser libre y salvaje.
Estamos destinadas a ser unas residentes permanentes, no unas simples turistas en su territorio, pues procedemos de aquella tierra que es nuestra patria y nuestra herencia. La fuerza salvaje de nuestra psique espiritual nos sigue como una sombra por un motivo. Según un dicho medieval, si bajas por una pendiente y te sigue una fuerza poderosa y, si esta poderosa fuerza logra apoderarse de tu sombra, tú también te convertirás en una fuerza poderosa por derecho propio.
La gran fuerza salvaje de nuestra psique quiere apoyar su pata en nuestra sombra para apoderarse de nosotras. En cuanto la Mujer Salvaje nos arrebata la sombra, volvemos a ser dueñas de nuestra persona, nos encontramos en el ambiente que nos corresponde y en el hogar que nos pertenece.
La mayoría de las mujeres no teme esta reunión sino que de hecho la desea. Si en este preciso instante las mujeres pudieran encontrar la guarida de la Mujer Salvaje, entrarían de cabeza en ella y saltarían alegremente a su regazo. Les basta con que las encaucen en la debida dirección, que es siempre hacia abajo, hacia la propia tarea, hacia la vida interior, hacia la galería subterránea que conduce a la guarida.
Iniciamos nuestra búsqueda de lo salvaje en nuestra infancia o en la edad adulta porque, en medio de algún denodado esfuerzo, intuimos la cercanía de una presencia salvaje y protectora. Quizá descubrimos sus huellas en la nieve reciente de un sueño. O bien observamos en nuestra psique una rama quebrada aquí o allá, unas piedras removidas, con la húmeda parte inferior boca arriba, y comprendimos que algo sagrado había pasado por nuestro camino. Percibimos en lo más hondo de nuestra psique el susurro lejano de un aliento conocido, notamos unos temblores en el suelo y comprendimos que algo poderoso, alguien importante, la salvaje libertad que llevábamos dentro, se había puesto en marcha.
No pudimos apartarnos de todo aquello sino que más bien lo seguimos y, de esta manera, aprendimos a saltar, correr y seguir como una sombra todas las cosas que atravesaban nuestro territorio psíquico. Empezamos a seguir como una sombra a la Mujer Salvaje y, a cambio, ella empezó a seguirnos amorosamente a nosotras. Aullaba y nosotras tratábamos de contestarle, antes incluso de recordar su lenguaje, antes incluso de saber exactamente con quién estábamos hablando. Y ella nos esperaba y nos animaba. Éste es el milagro de la naturaleza salvaje e instintiva. Sin tener pleno conocimiento de lo que ocurría, lo sabíamos. Sin verlo, comprendíamos la existencia de una prodigiosa y amorosa fuerza más allá de los límites del simple ego.
En su infancia, Opal Whitely escribió estas palabras acerca de la reconciliación con el poder de lo salvaje:
Hoy hacia el anochecer
me adentré un poco con la niña ciega
en el bosque donde todo es
sombra y oscuridad.
La acompañé hacia una sombra
que venía a nuestro encuentro.
Le acarició las mejillas
con sus dedos de terciopelo
y ahora a ella también
le gustan las sombras.
Y el miedo que tenía se ha ido.
Las cosas que han perdido las mujeres a lo largo de muchos siglos las pueden volver a recuperar siguiendo las sombras que arrojan. Y ya le puedes poner una vela a la Virgen de Guadalupe, pues los tesoros perdidos y robados siguen arrojando sombras sobre nuestros sueños nocturnos y nuestras ensoñaciones diurnas y también sobre los antiguos cuentos, la poesía y cualquier momento de inspiración. Las mujeres de todo el mundo -tu madre, la mía, tú y yo, tu hermana, tu amiga, nuestras hijas, todas las tribus de mujeres que todavía no conocemos- soñamos con lo que hemos perdido, con lo que surgirá del inconciente. Todas soñamos lo mismo en todo el mundo. Nunca nos quedamos sin el mapa. Nunca estamos las unas sin las otras. Permanecemos unidas a través de nuestros sueños.
Los sueños son compensatorios, son un espejo del inconciente profundo en el que se refleja lo que se ha perdido y lo que todavía se tiene que corregir y equilibrar. Por medio de los sueños el inconciente produce constantemente imágenes que nos enseñan. Por consiguiente, como el legendario continente perdido, la tierra salvaje de los sueños surge de nuestros cuerpos dormidos envuelta en un vapor que se extiende por todas partes y crea una patria protectora por encima de todas nosotras. Éste es el continente de nuestra sabiduría. La tierra de nuestro Yo.
Y eso es lo que soñamos: soñamos con el arquetipo de la Mujer Salvaje, soñamos con la reunión. Y cada día nacemos y renacemos de este sueño y su energía nos ayuda a crear a lo largo de toda la jornada. Nacemos y renacemos noche tras noche de este mismo sueño salvaje y regresamos a la luz del día agarradas a un áspero pelo, con las plantas de los pies ennegrecidas por la húmeda tierra y el cabello oliendo a océano, o a bosque o a fuego de hoguera.
Desde esta tierra pasamos a vestirnos con la ropa del día, de la vida cotidiana. Abandonamos aquel lugar salvaje para sentarnos delante del ordenador, de la cazuela, de la ventana, del profesor, del libro, del cliente. Arrojamos el aliento de lo salvaje sobre nuestra labor empresarial, las creaciones de nuestro negocio, nuestras decisiones, nuestro arte, la obra de nuestras manos y de nuestros corazones, nuestra política y nuestra espiritualidad, nuestros Planes, nuestra vida hogareña, la educación, la industria, los asuntos exteriores, las libertades, los derechos y los deberes. Lo salvaje femenino no sólo se puede sostener en todos los mundos sino que sostiene todos los mundos.
Reconozcámoslo. Nosotras las mujeres estamos construyendo una madre patria; cada una con su propia parcela de terreno arrancada de los sueños nocturnos o de un día de trabajo. Y extendemos poco a poco esta parcela en círculos cada vez más amplios. Algún día será una tierra ininterrumpida, una tierra resucitada procedente del país de los muertos. El Mundo de la Madre, el mundo materno psíquico, coexistirá con todos los demás mundos en condiciones de igualdad. Y lo estamos creando con nuestras vidas, nuestros gritos, nuestras risas y nuestros huesos. Es un mundo que merece la pena crear y en el que merece la pena vivir, un mundo en el que predomina una honrada y salvaje sensatez.
La palabra "recuperación" puede inducir a pensar en bulldozers y carpinteros o bien en la reforma de una vieja estructura, pues éste es el moderno significado del término. Pero también puede significar recobrar algo que se ha perdido, como cuando antiguamente se "llamaba al halcón que alguien había dejado volar libremente". Es decir, hacer que algo salvaje regrese cuando lo llamamos. En este sentido, es una palabra excelente para nosotras. Utilizamos la voz de nuestra vida, nuestra mente y nuestra alma para recuperar la intuición y la imaginación; para recuperar a la Mujer Salvaje. Y ella acude a nuestra llamada.
Las mujeres no pueden sustraerse a esta obligación. Si tiene que haber un cambio, debemos protagonizarlo nosotras. Llevamos dentro a La Que Sabe. Si tiene que haber un cambio interior, debe llevarlo a cabo cada mujer individualmente. Si ha de haber un cambio mundial, nosotras las mujeres tenemos nuestra propia manera de contribuir a hacerlo realidad. La Mujer Salvaje nos apunta en voz baja las palabras y los métodos y nosotras la seguimos. Se ha pasado mucho tiempo corriendo, deteniéndose y esperando para ver si le dábamos alcance. Tiene algo, muchas cosas que enseñarnos.
Por consiguiente, si estás a punto de soltarte y de correr un riesgo y te atreves a comportarte en contra de las normas establecidas, excava los huesos que se encuentren a la mayor profundidad posible y haz que fructifiquen los aspectos salvajes y naturales de las mujeres, la vida, los hombres, los niños, la tierra. Utiliza el amor y los mejores instintos para saber cuándo tienes que gruñir, golpear, atacar y matar, cuándo tienes que retirarte y cuándo tienes que aullar hasta el amanecer. Para vivir lo más cerca posible de lo salvaje numinoso, una mujer tiene que agitar un poco más la cabeza, desbordarse un poco más, tener más olfato, más vida creativa, más capacidad de "ensuciarse", tener más compañía femenina, vivir una existencia más natural, tener más fuego y espíritu, saber cocinar mejor las palabras y las ideas. Tiene que reconocer mejor a sus hermanas, sembrar más, hacer acopio de raíces, ser más amable con los hombres, hacer más revolución de vecindario, crear más poesía, pintar más fábulas y hechos, ahondar más en lo femenino salvaje. Tiene que crear más círculos de costura terroristas y aullar más. Y, sobre todo, tiene que practicar en mayor medida el canto hondo.
Tiene que quitarse el pellejo, transitar por los antiguos senderos y afirmar su sabiduría instintiva. Todas podemos afirmar nuestra pertenencia al antiguo clan de la cicatriz, exhibir con orgullo las heridas de guerra de nuestra época, escribir nuestros secretos en las paredes, negarnos a sentir vergüenza, encabezar la marcha de la liberación. No malgastemos nuestra energía en la cólera. Dejemos, por el contrario, que ésta aumente nuestro poder. Y, por encima de todo, seamos astutas y utilicemos nuestro ingenio femenino.
No olvidemos que lo mejor no se puede ni se debe ocultar. La meditación, la educación, todos los análisis de los sueños, todos los conocimientos de este mundo de Dios no sirven de nada si la persona se los guarda sólo para sí misma o para unos pocos elegidos. Por consiguiente, salgamos de dondequiera que estemos escondidas. Dejemos profundas huellas, pues podemos hacerlo. Procuremos ser la vieja de la mecedora que acuna la idea hasta rejuvenecerla. Seamos como la valerosa y paciente mujer de "El oso de la luna creciente" que aprende a ver a través de la ilusión. No perdamos el tiempo encendiendo cerillas y fantasías como la pequeña vendedora de fósforos.
Esperemos hasta que logremos encontrar a los nuestros, tal como hizo el Patito Feo. Purifiquemos el río creativo para que La Llorona pueda encontrar lo que es suyo. Como la doncella manca, dejemos que nuestro resistente corazón nos guíe a través del bosque. Como La Loba, recojamos los huesos de los objetos de valor perdidos y cantemos para devolverles la vida. Perdonemos todo lo que podamos, olvidemos un poco y creemos mucho. Lo que hoy hagamos influirá en las estirpes matrilineales del futuro. Es probable que las hijas de nuestras hijas de nuestras hijas nos recuerden y, sobre todo, sigan nuestras huellas.
Muchos son los medios y las maneras de vivir con la naturaleza instintiva, y está claro que las respuestas a nuestras preguntas más profundas cambiarán a medida que nosotras cambiemos y cambie el mundo. Por consiguiente, no se puede decir: "Hagamos esto y aquello en este orden concreto y todo irá bien." Sin embargo, a lo largo de toda mi vida, he tenido ocasión de conocer a los lobos y he tratado de comprender cómo es posible que, por regla general, vivan con tanta armonía entre sí. Por consiguiente, para más tranquilidad, te sugeriría que empezaras por cualquier punto de la siguiente lista. A las mujeres que todavía siguen luchando, les podría ser muy útil empezar por el número diez.
REGLAMENTO GENERAL LOBUNO PARA LA VIDA
1. Comer.
2. Descansar.
3. Vagabundear en los períodos intermedios.
4. Ser fiel.
5. Amar a los hijos.
6. Meditar a la luz de la luna.
7. Aguzar el oído.
8. Cuidar de los huesos.
9. Hacer el amor. lo. Aullar a menudo.
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